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¿Grandes comentadores o pequeños filósofos?

"Carta abierta a los estudiantes de filosofía frente a una decisión seria", por Julio Cabrera, doctor en filosofía por la Universidad de Córdoba y profesor emérito de la Universidad de Brasilia [1].


Para que una situación pueda mejorar es absolutamente indispensable ver que ella no está bien, percibir una brecha entre lo que existe y lo que podría existir. Considero que el problema más grave de la situación actual de la filosofía en Brasil es precisamente ese: el hecho de no percibirse ningún problema, de creer que está todo bien, que los muchos problemas aún existentes son todos internos a una concepción de la actividad filosófica que no merece ser criticada ella misma. En el regreso de algún encuentro de la ANPOF [2], las personas vuelven entusiasmadas ante el amplio espectro de actividades filosóficas que se desarrollan en el país: los trabajos son de calidad, muchos de ellos son después (o fueron antes) presentados en el exterior, en Europa o en Estados Unidos, y no se quedan a la zaga de los trabajos de colegas extranjeros; las universidades poseen sus cursos de post-graduación en marcha, las evaluaciones institucionales funcionan a satisfacción, los estudios son profundos y serios, las habilitaciones atribuidas con criterio; aumenta el número de revistas especializadas y de procedimientos electrónicos de rápido acceso a las mismas, los encuentros nacionales de filosofía proliferan, y existe un amplio público interesado en cuestiones filosóficas. Dejamos definitivamente atrás el diletantismo, la improvisación y la “Filosofía suelta”, para entrar en el sendero de la seriedad profesional y de los trabajos de prestigio. Ningún problema y por lo tanto ninguna necesidad de solución. ¿Solucionar qué, si todo está tan bien…?


Sin embargo, el modelo de producción de filosofía comienza a ser cuestionado, lo que revela que no está bien del todo, y no por cuestiones de detalles, sino de actitud y de concepción. Atención: no solo el “modelo francés uspiano” [3] está en crisis, sino varios aspectos y tendencias de la propia manera institucionalizada de hacerse la filosofía, ya sea de procedencia francesa, alemana o norteamericana. Así, cuando Paulo Arantes escribe, en otro libro suyo, que “ese departamento francés es cosa del pasado, ya pasó el tiempo de la hegemonía francesa sin contrastes. Hoy hay para todos los gustos, difícilmente se encontrará alguna tendencia internacional relevante que no esté bien representada entre nosotros” [4], él tan solo canta el réquiem para el modelo estructuralista francés, pero continúa viendo a la filosofía como “representación de tendencias internacionales”. Los estudiantes quieren hacer más que eso, además de dejar atrás el “modelo francés”; ellos quieren crear filosofía, quieren ser filósofos, o sea, precisamente aquello que, a mi entender, continúa considerándose irresponsable, confuso e injustificado.

Yo creo que la “Filosofía institucional” transformó la actividad filosófica en una serie de movimientos automáticos y sin vida, en un enorme aparato en que los profesores y estudiantes aparecen sometidos a rutinas estáticas desprovistas de sentido. Las carreras académicas son cada vez más dinámicas y rápidas, pero eso no les agrega vitalidad. Como sostiene el profesor Renato Janine Ribeiro:


"El resultado será algo que una amiga mía, de otra área, una vez me explicó, viendo esto como muy bueno: que un buen alumno de graduación entrasea los 19 años en un laboratorio a través de una beca de iniciación científica, comenzase la maestría a los 22, el doctorado a los 24, y a los 28 ya fuera doctor. 10 años de becas, en el laboratorio de las 9 a las 18 horas, nunca corriendo los riesgos del mercado, nunca saliendo de la tutela académica. ¿No faltará, en esa “vida” así descrita, justamente un poco de vida?" [4]


Por otro lado, muchas veces los estudiantes escriben sus trabajos bien lejos de lo que realmente les gustaría hacer, trabajos que serán leídos distraídamente (y después archivados en voluminosas bases de datos de tesis que nadie consulta) por profesores cada vez más ocupados con tareas administrativas y políticas, y que administran también distraídamente las clases que sus alumnos escuchan por obligación.

Cualquier señal de vitalidad filosófica es vista hoy como una muestra de “falta de seriedad” y “poco profesionalismo”. “Improvisar”, que parece una de las virtudes más interesantes de un pensador “en movimiento”, se tornó hoy sinónimo de falta de seriedad. Improvisar, sin embargo, no es “pensar en el último momento”; por el contrario, puede ser la señal de estar pensando ya hace mucho tiempo, siempre en la necesidad profunda de la rectificación, a veces en el último minuto (y ya perdidos los auxilios económicos por “vencimiento de plazo”). Decididamente, la vida es “poco seria”, vivir es una actividad irremediablemente “diletante” y “autodidacta”.


Dentro de este cuadro, parece que un joven filósofo no tiene, simplemente, espacio para respirar, puesto que nadie cree siquiera en su posible existencia como filósofo. Todo parece construido para inteligencias medianas y conformistas, capaces de asimilar un modelo para su correcta aplicación. En las universidades, no se espera que nadie desarrolle una filosofía, y si alguien intenta hacerlo será mal valorado y considerado irresponsable. En los encuentros nacionales de filosofía, al leer atentamente la impresionante programación, vemos que no hay prácticamente ningún trabajo que presente las propias posturas filosóficas de los expositores, y filósofos brasileños y latinoamericanos son raramente mencionados. No existe ninguna censura explícita contra eso, o sea, nadie que prohíba elaborar trabajos más personales o ensayos sobre autores nacionales, pero alguien que se atreva a hacerlo sería oído por pocos, o, peor aún, escuchado con distanciada ironía, y el autor considerado un diletante o un “filósofo suelto”. La propia “comunidad” ejerce aquí el papel de la censura, dispensando cualquier mecanismo de vigilancia externo. El autoritarismo se incorporó en la comunidad. Cualquier gesto hacia algún trabajo más creativo y personal, tanto en la forma cuanto en el contenido, será rápida y sumariamente desestimulado.


Mi argumentación aquí se diferencia de otras que escucho o leo a veces de boca o en los textos de aquellos pensadores más lúcidos e inquietos, que se preocupan con la situación de la filosofía en Brasil. Me refiero a las siguientes: (1) en Brasil no se hace “Filosofía”, sino tan solo “Historia de la Filosofía”; (2) en Brasil no existen “discusiones” entre los estudiosos de filosofía. Estos dos asuntos me interesan (e inclusive los menciono en el presente Diario), pero ellas no me parecen ser las preguntas decisivas, por el siguiente motivo: las falencias del academicismo autoritario y rutinario, escéptico acerca de sus propias fuerzas reflexivas, podrían perfectamente continuar en una época en que las situaciones (1) y (2) hubieran sido superadas. Suponga, por amor al argumento, que un grupo de investigadores se dedique a estudiar la obra de Donald Davidson, que estudien atentamente los 50 o 60 artículos de este autor, que lleguen a conocerlo con perfección y comiencen una buena tradición de discusiones davidsonianas que atraviese todo el país, sea en la forma de “grupos de trabajo”, sea por la Internet, etc. Este tipo de empresa no cometería más el error denunciado por (1), una vez que no se trataría de un estudio de “Historia de la Filosofía”, sino de “Filosofía”; tampoco cometería el error (2), porque estaría iniciando un buen sistema de discusiones entre investigadores nacionales. No obstante eso, desde la perspectiva que asumo en este texto, este tipo de empresa caería bajo todas las críticas que aquí dirijo: la falta de vitalidad, la falta de confianza en las propias fuerzas reflexivas, la incapacidad de entrar en las cosas mismas sin las muletas de algún autor prestado, la falta del “sentido de la aventura” de la que hablaba Janine Ribeiro, etc., todo eso continuaría presente en esos grupos de especialistas davidsonianos. Por lo contrario, autores como Husserl y Heidegger fueron eruditos en el estudio de la historia de la filosofía, y eso no les impidió ser grandes pensadores; y grandes filósofos en la historia (como Giambattista Vico, por ejemplo) demoraron bastante en crear sus propias tradiciones de “discusión”. De manera que mis puntos aquí no coinciden con las denuncias (que yo creo que también deben hacerse) presentadas por (1) y (2).


***


La pregunta que debemos hacer hoy al joven estudiante de filosofía es la siguiente: ¿usted está satisfecho en transformarse en un comentador competente de ideas filosóficas, o le gustaría disponer de alguna alternativa? La mejor señal de que las cosas, a pesar del optimismo dominante, no están bien, es, me parece, la inexistencia de esas alternativas. Quiero señalar aquí algunas estrategias políticas que podrían ser iniciadas para que esas alternativas puedan llegar a existir en nuestras comunidades filosóficas. Como la realidad de la filosofía actual pasa, de manera casi que forzada, por las universidades, las propuestas se refieren a estrategias de política universitaria, o sea, de acciones que puedan comenzar a hacerse aun dentro de las posibilidades ofrecidas por los espacios académicos abiertos por la Universidad.


En primer lugar, es preciso abrir en la Universidad ciertas discusiones que hoy son consideradas inútiles o extemporáneas. Esto puede hacerse por medio de seminarios, encuentros nacionales, grupos de trabajo y también en disciplinas, trabajos de disertación, o en tópicos de nuestros programas de clases. Sugiero las seis siguientes discusiones:

Noción de filosofía. ¿Cómo entender mejor lo que es “filosofía” para permitir el mayor número posible de manifestaciones de actividades filosóficas en la universidad? O: ¿cuál es la noción de filosofía que excluye o inhibe menos formas de pensar, de reflexionar y de presentar ideas? Mi sugerencia sería la de no admitir una noción única de filosofía, por más avalada que la misma pueda estar por una tradición o una comunidad dominante. Entender filosofía siempre de manera a percibir una grande parte de sus posibles desarrollos, tal como surgieron a lo largo de la historia, desarrollos tanto temáticos como estilísticos.


Noción de profesionalización. ¿Qué significa exactamente el término “profesionalización”? Ver cómo funciona este concepto primero en otras áreas, y después como puede funcionar (y no funcionar) en filosofía. ¿Puede la filosofía ser total y plenamente “profesionalizada”? “Profesional” puede querer decir algo tan inocuo y no controversial como “organización del material de estudio”, pero puede también significar algo tan fuerte como “limitación al comentario autorizado de fuentes”. Podríamos decir sí a la profesionalización en el primer sentido, y decir que no al segundo.


Exposiciones y críticas de las actividades filosóficas en Brasil en el pasado. Abrir la posibilidad de hacer estudios históricos y analíticos cuidadosos acerca de la filosofía que era realizada en Brasil antes de la etapa de la profesionalización, por lo menos en el paso del siglo XIX al XX, para que el estudiante tenga conocimiento de los esfuerzos reflexivos hechos en el país y esté capacitado para hacer un balance personal sobre lo que se ganó y lo que se podría haber perdido en esta transición. Tomar contacto con las grandes personalidades filosóficas del pasado, y hacer interactuar sus proyectos filosóficos con los del resto del mundo. Estudiar los argumentos que afirman que aquel periodo no tiene nada de relevante y que no merece ser estudiado.


Cuestiones de nación y nacionalidad. Ligado a eso, examinar con cuidado las relaciones entre el anhelo por una filosofía cuya profesionalización no la lleve al mero comentario de textos, o a estudios puramente históricos, con la cuestión de la “nacionalidad”. Examinar los argumentos que se presentan usualmente, en que se vincula aquel anhelo con algún tipo de “nacionalismo” políticamente reaccionario, y ver si esta conexión es procedente. Verificar si los pensadores nacionales no están siendo excluidos tan solo por ser brasileños, y no en virtud de su calidad.


La post-graduación en cuestión. Abrir una amplia discusión acerca de la formación en filosofía en las universidades, en la cual sean analizadas, más allá del optimismo actual, las estructuras de las post-graduaciones; los tipos de trabajos que son estimulados por ellas y los que no lo son. Qué hacer para que los estudiantes tengan, dentro de esa estructura, más opciones además de las que existen actualmente en lo que se refiere al estilo y la temática de los trabajos que pretenden realizar. Por tanto, tendrá que estudiarse con cuidado los estilos y estrategias de dirección de tesis y disertaciones, y las relaciones formativas y pedagógicas entre directores de tesis y sus estudiantes.


Mecanismos de difusión de ideas filosóficas. Final pero no banal [6]: ¿por qué conocemos todo lo que algunos pensadores escriben y publican y nada sabemos sobre otros, que también producen ideas y las publican? ¿Tan solo por consideraciones de “calidad” y “excelencia”? ¿Cómo funcionan los mecanismos de difusión de ideas filosóficas? ¿Quién está decidiendo lo que podemos leer o no? ¿Por qué los actuales mecanismos pueden simplemente hacer desaparecer un pensador, en cuanto otros son fuertemente impuestos por las instituciones y hasta por los medios de comunicación? ¿Están aquellos mecanismos realmente basados pura y exclusivamente en el mérito? Y también: ¿por qué no conocemos filósofos mexicanos, peruanos o venezolanos y por qué somos totalmente desconocidos para ellos? ¿Por qué, por el contrario, tenemos informaciones abundantes sobre trabajos menores de países de “primer mundo”?


Un comentario que debería ser obvio, pero que es mejor explicitar: ninguna “apertura de alternativas” como la propuesta por estos ciclos de discusiones deberá resultar en el cierre de cualquier tipo de actividad filosófica que ya esté en marcha en la situación actual. Así, personas que desearan continuar haciendo comentarios, exégesis e historia de la filosofía deben encontrar un ambiente propicio en que puedan continuar haciendo eso. Pero parece deseable que se abran espacios institucionales para estudiantes que quieran hacer otros tipos de trabajos más autorales y propios, que puedan encontrar directores receptivos y un ambiente académico apropiado que no los desanime, que no los ridiculice, y donde tengan por lo menos una oportunidad (que puede perfectamente fracasar) de mostrar su talento individual de otras maneras y con otros estilos de pensamiento. Quien trabaje bien en el modelo vigente, sin embargo, debe tener la posibilidad de continuar dentro de él. El desafío consiste en saber cómo organizar los estudios universitarios para que aquello que hoy es destino se transforme en opción.


Además de esos espacios de discusión, otras estrategias políticas pasan, decididamente, por un cambio de actitud, de pathos, de ser-en-el-mundo filosófico. El modelo vigente está guiado, como Arantes destaca también, por la timidez, por la idea de que es tremendamente difícil (digamos, prácticamente imposible) ser filósofo, y que es mejor renunciar ab initio a cualquier pretensión en ese sentido. Por otro lado, la audacia reflexiva es algo que cualquier persona puede tener, inclusive aquellas sin ningún talento filosófico. Tenemos que llegar a una atmosfera intelectual universitaria en la que podamos sentir que no es algo tan difícil ser filósofo (para esto es crucial envolverse en la primera de las discusiones antes propuestas, o sea, acerca de la propia filosofía, y de lo que entendemos por “hacer filosofía”); pero, al mismo tiempo, es preciso que quede perfectamente claro que, para hacer filosofía, es preciso de mucho trabajo reflexivo y de mucho estudio (aunque no necesariamente histórico). Se debe criticar, pues, dos tipos extremos de actitudes, la del tímido “técnico en filosofía” y la del “iluminado creador de filosofía” que piensa que todo surgirá sin esfuerzo de su audacia reflexiva (en este sentido, me agrada mucho la noción de “genio” del cineasta alemán Alexander Kluge: genio es la capacidad de esforzarse indefinidamente).


En el paradigma aún dominante parece que la posibilidad de ser un “gran filósofo” está ab initio descartada. Así, la alternativa real podría ser, aceptándose este paradigma, la siguiente: ¿prefieres ser un gran comentador de filosofía o un pequeño filósofo? Un filósofo genuino nunca piensa previendo que hará gran o pequeña filosofía, porque él simplemente piensa compulsivamente sus propias “cosas”, sus tópicos, sus obsesiones, y no puede hacer otra cosa que pensar lo que se le impone. Tampoco podemos filosofar ya convencidos de que somos pequeños filósofos. Ser un gran filósofo o un filósofo genial (en un sentido social-histórico y no metafísico) debería permanecer como horizonte, por más excepcional que ese destino pueda ser. Siempre intentaremos que nuestras fuerzas reflexivas nos lleven lo más lejos posible, pero nunca tendremos certeza de conseguir grandes resultados. Este riesgo forma parte del propio proceso de filosofar, de aquella “aventura” de la cual nos hablaba Janine Ribeiro.


Posiblemente lo que escribamos tendrá momentos de grandeza y momentos de penuria, como ocurre con todos los filósofos, y si fracasamos no habremos hecho filosofía mediocre, sino, en el peor de los casos, filosofía pequeña. Lo que es preciso evaluar es si, en la peor de las hipótesis, ser un pequeño filósofo es o no más importante que transformarse en un brillante comentador o en un gran especialista en alguien (invariablemente europeo o norteamericano). Yo pienso que los jóvenes deberían poder decidir esto, y no recibir las cosas como una imposición. De cierta forma, los criterios para evaluar si un comentador es o no brillante son más simples y objetivos que aquellos que evalúan si alguien es un pequeño o un gran filósofo. No pretendo decidir aquí esta inmensa cuestión, pero me gustaría vivir en una comunidad filosófica y universitaria en la cual estas opciones estuvieran a nuestro alcance.


***


El modelo vigente apuesta en otra dirección: es el “primer mundo” el que hace Gran Filosofía, y tenemos que intentar hacer trabajos como ellos los hacen, presentarlos en sus congresos internacionales, ser publicados en otras lenguas, etc. Por tanto, debemos ser competentes y competitivos comentadores de sus filósofos, para ser escuchados, apreciados y convidados. Es bueno también, de vez en cuando, traer filósofos del primer mundo para nuestros departamentos, para que ellos ofrezcan conferencias y cursos y crear vínculos de intercambio, por medio de publicaciones y convenios.

Yo discrepo de estas estrategias por los siguientes motivos:


En primer lugar, me parece falso que europeos y norteamericanos no estén interesados en nuestros pensamientos y pensadores; muchas veces ya escuché manifestaciones contrarias, o sea, curiosidad por la producción local y sorpresa por el hecho de que ella nunca sea presentada. Por otro lado, profesores latinoamericanos pasaron malos momentos intentando hablar sobre Foucault en Francia o sobre Habermas en Alemania. Yo propondría como estrategia de política cultural comenzar a presentar trabajos en los cuales pensadores brasileños y latinoamericanos también fueran citados y aprovechados, junto con los otros, cada vez que cuestiones filosóficas (éticas, lógicas, metafísicas, etc.) que estuvieran siendo debatidas, lo permitieran de una manera natural y oportuna (claro que no se debe dar ninguna importancia a los autores nacionales simplemente por ser nacionales, sino por ser autores).


En segundo lugar, considero ilusorio pensar que, comportándose de la manera recomendada por el modelo vigente, seremos alguna vez reconocidos por el primer mundo. Si nos colocáramos dentro del ámbito “competitivo” internacional, estaremos siempre en desventaja. A pesar de que los profesionales brasileños ya han superado la etapa de la ingenuidad, ciertamente no están a la altura de los conocimientos, tradiciones, material bibliográfico y clima intelectual europeo, y perderán siempre frente a ellos. Los europeos abren sus puertas a intelectuales latinoamericanos solo hasta cierto punto. Conocemos perfectamente muchos profesores latinoamericanos que pasan la vida viajando por el mundo entero, dando conferencias y cursos, conviviendo con las grandes figuras de la filosofía (inclusive llamándolos por el primer nombre), hablando portugués o español como segunda lengua, etc., y que, a pesar de eso, no tienen renombre internacional y son raramente citados en libros o artículos o colecciones del primer mundo.


En tercer lugar, yo creo que los europeos y norteamericanos nos están dando lecciones acerca de cómo asumir la filosofía como actividad en primera persona, y que deberíamos imitarlos no de manera sumisa, sino del modo en que ellos crearon filosofía con sus propias fuerzas reflexivas. Alguien podría decir que ellos tienen largas tradiciones y que nosotros no las tenemos. Esto es una verdad a medias (si pensamos en las antiquísimas tradiciones indígenas amerindias), pero, aun así, podemos comenzar a crear esas tradiciones, y empezar, como ellos hicieron, a tomar en serio lo que pensamos; pues si no comenzamos algún día, esas tradiciones no existirán nunca, y pasaremos los siglos quejándonos porque no tenemos tradiciones (¿habrían Vicente Ferreira da Silva o Mario Ferreira dos Santos simplemente “desaparecido” del mapa si alrededor de ellos se hubiera creado una rica e insistente literatura crítica acerca de sus proyectos filosóficos, y se hubieran usado sus categorías de pensamiento?). Yo creo que los europeos nos verían con mucho más interés, aunque fuese, al principio, tan solo por mera curiosidad frente a lo exótico, si fuésemos hasta ellos con nuestros pensamientos ubicados en nuestras propias tradiciones, por más incipientes que las mismas puedan ser, en lugar de intentar competir con ellos en un terreno en el cual son tal vez insuperables.


Además de la discusión de los seis tópicos antes mencionados, y del cambio de actitud al respecto de la filosofía europea, algunas estrategias puntuales también pueden ser interesantes. Una de ellas sería, en cierto momento, suprimir de los currículos de los cursos de filosofía cualquier disciplina con el título de “Historia de la Filosofía en Brasil” (ella es ofrecida en la UNB como disciplina opcional), pues tales componentes pueden funcionar como guetos que permiten “pagar el peaje” de hablar alguna vez sobre pensamiento brasileño durante esos cursos para no tener que hablar nunca más sobre él. Conservar una disciplina con el título de “Historia de la Filosofía en Brasil” es tan absurdo como crear una disciplina que se llame “Historia de la Filosofía en Alemania”. Hasta que este absurdo no sea evidente, no trataremos a los pensadores nacionales con el respeto que merecen. Por el contrario, se trata de incorporarlos en las bibliografías de manera totalmente natural, mezclados con los pensadores franceses, británicos, uruguayos y suecos, de tal modo que, en un cierto momento, dejemos simplemente de preguntarnos por el origen nacional de esos pensamientos. Estas disciplinas nacionales son necesarias actualmente, pero deben tender a desaparecer.


En la estructura de los posgrados brasileños deben ser introducidos cambios profundos en las relaciones entre los directores de tesis y sus estudiantes. Los profesores no hacen diferencias sustanciales entre su trabajo como investigadores y su actuación como directores; este es un grave error. No advierten que mientras el primer tipo de trabajo es autoral, el segundo debe ser pedagógico y formativo en un sentido respetuoso del proyecto del estudiante, como bien lo ha dicho Oswaldo Porchat en su famoso discurso a los estudiantes [7]. Por el contrario, en el esquema actual, los estudiantes son tan solo piezas dentro de la investigación de los profesores, en la cual aquellos deben encajarse bajo el riesgo de quedarse sin ninguna dirección. Los directores de tesis sienten pavor de salir fuera de sus “áreas de competencia” y “especialidades”, y buscan fuertemente mantenerse dentro de ellas. Creo, no obstante, que, si queremos cambiar alguna cosa en la situación actual, debería existir una gran flexibilidad por parte de los directores para intentar acoger, dentro de ciertos límites, un amplio espectro de proyectos de estudiantes, y no tan solo aquellos que encajen perfectamente dentro de sus propios intereses. Se podría lanzar mano, si fuera necesario, del sistema de dirección múltiple (codirección) y montar tribunales suficientemente plurales para juzgar el resultado final de los trabajos. Debemos pensar profundamente en el propio concepto de “dirigir” trabajos filosóficos, como pensaríamos filosóficamente en cualquier otro concepto.


“No hay filósofos en Brasil” es una afirmación política, no objetiva, tan solo el apéndice de una gran política cultural productiva y autoritaria. En el modelo vigente, los filósofos deben tener también, al final de cuentas, alguna cosa para vender en el mercado, su propia persona (como fabricante de clases, conferencias y tesis dirigidas) y sus papers actualizados. Nuestra pobreza latinoamericana es también pobreza cultural, los pensadores son utilizados para producir fuera de lo que realmente les interesa, y una gran parte del trabajo intelectual realizado es arrojado a la basura (un inmenso cubo de basura cultural). Pienso que llegó la hora de una importante decisión para los jóvenes estudiantes de filosofía, si quieren pertenecer a la generación de los filósofos, no para que surjan por primera vez, sino para apartar los muchos obstáculos que impiden que sean reconocidos los que ya existen. Una gran insatisfacción, que ya es palpable, viniendo de las propias entrañas del sistema de producción de ideas filosóficas, podrá hacer, por contraste, que el aire se torne más respirable. Las instituciones tendrán que estar preparadas para tomar consciencia de esta gran insatisfacción que se asoma por las grietas del triunfalismo vigente.


[1] Este texto es originalmente el Epílogo al libro de Cabrera, "Diário de um filósofo no Brasil" (2010). La traducción es de Diego Andrés Prada Cardozo y apareció originalmente en la revista colombiana Cuadernos de Filosofía Latinoamericana (2015, vol. 36, n°112, pp.243-253) bajo el título "Epílogo. Carta abierta a los jóvenes estudiantes de filosofía frente a una decisión seria. ¿Qué prefieres ser: un gran comentador o un pequeño filósofo?".

[2] Associação Nacional de Pós-graduação em Filosofia. [N. del T.]

[3] “Uspiano” se refiere a la USP, Universidad de São Paulo, la más importante del país; su departamento de filosofía estuvo fuertemente influenciado por el modelo francés, lo que dio pie al libro de Paulo Arantes, después comentado, “Um departamento francés de ultramar”. [N. del T.]

[4] Arantes, Paulo. O fio da meada (El hilo de la cuestión), p. 281. [N. del T.]

[5] Janine Ribeiro, Renato. A Universidade e a vida atual. Fellini não via filmes (La Universidad y la vida actual. Fellini no veía películas), p. 128. [N. del T.]

[6] “Final y no banal”: expresión descolonizadora de Cabrera para substituir el usual Last but not least. [N. del T.]

[7] Porchat, Oswaldo. “Discurso aos estudantes sobre a Pesquisa em Filosofia”. [N. del T.]

Referencias:

Arantes, P. (1994). Um departamento francês de ultramar. São Paulo: Paz e Terra.

Arantes, P. (1996). O fio da meada (El hilo de la cuestión). Rio de Janeiro: Paz e Terra.

Cabrera, J. (2013). Diário de um filósofo no Brasil. (2ª edición). Ijuí: Editora Unijuí.

Porchat, O. (2005). Discurso aos estudantes sobre a Pesquisa em Filosofia. In De Souza;

José Crisóstomo (Org.). A Filosofia entre nós. Ijuí: Editora Unijuí.

Ribeiro, J. (2003). A Universidade a vida atual. Fellini não via filmes. (2ª edição). Rio de Janeiro. Editora Campus.

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