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Gisaengchung / Parásito

¿Quién es el parásito de la película?




1.


Cómo vivimos una película depende, también, del lugar dónde la veamos. Cuando vivía en Lima, me gustaba ir al cine Pacífico. El precio de la entrada y el fácil contrabando de canchita y cerveza producían una atmósfera que facilitaba la inmersión en las películas. Mis hermanos y yo habíamos interiorizado una estrategia logística para comprar provisiones en el camino. Al menos dos bolsos con alguna pieza de ropa para cubrir los doritos o los chifles, que comprábamos en la bodega del frente de la casa, y las cervezas, que comprábamos en la tienda del grifo más cercano al cine para que llegaran frías. La comodidad, y no la pose, aumentaba el disfrute de la película y hacía olvidar el olor de las butacas. El cine Pacífico formó parte importante de mis veranos más felices.

En Santiago, mi cine favorito fue el Normandie, a unas cuadras de La Moneda. Estando en Chile, el vino podía y debía reemplazar a las cervezas, al menos cuando recordábamos traer un sacacorchos de la casa. No éramos los únicos sinvergüenzas, y los doscientos espectadores que cabían dándole calor a esa enorme sala antigua, aplaudíamos y silbábamos al acabar las películas que nos gustaban (para agradecerle a todos: directores, actores, película, público y organizadores del “Cine a Luka”, especialmente). Reíamos y gritábamos cuando cabía hacerlo, y moqueábamos en grupo y sin reparos cuando la película lo requería. Ficción, emoción y empatía: por eso va uno al cine, ¿verdad?


Cualquier represión es terrible cuando se trata de disfrutar del juego. Cuando me mudé a Europa, descubrí una diferencia cultural notable: expresar emociones en público, incluso en teatros, conciertos o cines, no es una práctica común. Lxs latinxs solemos reírnos con ganas, especialmente en los espacios públicos. Y escuchar reírse a otros provoca reír más. El caso contrario, sentir que los demás no reaccionan emocionalmente a los mismos estímulos, desanima, pone en duda nuestros criterios y obstaculiza el disfrute. No quiero que se me entienda mal. No pretendo defender ningún esencialismo costumbrista idiota aquí. Me refiero a prácticas que pueden ser más o menos comunes en ciertos contextos (en los cines donde he estado, en Colonia y en París). Evidentemente, he tenido también experiencias increíbles en cines alemanes, ligadas a la expresión de emociones (otro día escribiré acerca de mi experiencia con dos comedias casi negras sobre el supremacismo blanco, BlacKkKlansman y Jojo Rabitt).


En fin. Logré encontrar Parásito en el cine, a pesar de que salió de la cartelera de Colonia hace varias semanas. Y, contra mis prejuicios informados, la expresividad del público fue casi absoluta. La tensión durante el último tercio del filme despertaba exclamaciones y suspiros, pero la risa lo invadía todo, todo el tiempo. Ésta era provocada igualmente por la farsa (como la lucha repetida con el borracho incontinente), la sátira (la búsqueda de wifi), la parodia (la millonaria ingenua que cree que su hijo es Basquiat) y el humor negro (el enfermo mental que idolatra al exjefe de su esposa), en una escala que, creo yo, reúne tres variables: a más tensión provocada por una trama que sofoca, más fronterizo el humor y más resonantes las risas. [De aquí en adelante, spoilers]

Parásito es más que una tragicomedia. Si comienza con la alternancia de notas de desgracia y humor, termina con su identificación. Por eso es tan difícil decidir si la masacre final, repleta de elementos cómicos, es graciosa o no.


2.


Bong Joon-ho, el director de Parásito, dijo, en una entrevista el año pasado, estar sorprendido por la acogida internacional de su película. Le causaba sorpresa que una historia con tantos elementos locales lograra la simpatía del público mundial. Esto le hizo notar una verdad tan tenebrosa como su película: aunque con diferencias, vivimos en un mismo país llamado capitalismo. Sin excluir de ninguna manera las virtudes técnicas, me parece una hipótesis sugerente, que explica el éxito de ayer en esa sala alemana.

No es que el tema de la película sea el modo de producción que gobierna el mundo. El capitalismo se expresa por una de sus consecuencias más notables, la desigualdad y el conflicto entre privilegiados y sobrevivientes, un motivo que ya había sido explorado previamente por Bong, en una clave distinta, en Snowpiercer (2013).


Es claro que en este sentido la película toca un tema recurrente mundialmente. Tiene algunas coincidencias con Roma (2018), la película de Cuarón que ganó el Oscar a mejor película extranjera el año pasado. Ambas son historias muy locales, con más de una referencia inaccesible inmediatamente para extranjeros, y ambas exploran el vínculo contradictorio entre trabajadores domésticos y sus empleadores, de distintos “mundos”, aunque de la misma nacionalidad.


Y coincide por otro lado con Us (2019) la película de Jordan Peele. El contraste entre una vida subterránea y una vida en la superficie es utilizado en ambos largometrajes como metáfora de la distancia entre dos versiones de una misma familia: la que disfruta de una vida con privilegios y la que vive en las sombras, en el reflejo distorsionado de la anterior. A ello se añade la violencia con la que lo sumergido sale a la superficie, un elemento reprimido en el desenlace de la relación de Cleo con sus jefes en Roma.


Hay tres situaciones en Parásito que, me parece, expresan con creatividad, ese país compartido:

La locura de Geun-se, el esposo del ama de llaves original de la familia Park


Geun-se es un hombre endeudado que está escondido, para evadir a sus prestamistas, desde hace cuatro años, en el búnker de la casa de la familia Park. Aunque lo ha perdido todo y vive sin libertades, aprecia enloquecidamente a Dong-ik Park, el millonario emprendedor que trabaja en el sector tecnológico. La admiración de Geun-se es ciega. Se sostiene en el mito del rico hecho a sí mismo y en el autodesprecio de quien no logra sus metas. El demente Geun-se es el oprimido que “es pobre porque así lo quiso”, que fija, ingenuamente, los éxitos de Park solo en su esfuerzo.


La tormenta que, para algunos, trae sol y, para otros, mierda


Una de las escenas más conmovedoras de la película es cuando tres de los Kim (papá y hermanos) regresan a su casa durante una tormenta, para descubrir, conforme se acercan a su vecindario, que las calles están inundadas, que las alcantarillas han colapsado llenándolo todo de desperdicios y que, al haber olvidado cerrar la única ventana de su vivienda en el semisótano, han perdido sus pertenencias. Unas horas después, el domingo amanece despejado y los Park deciden hacer una fiesta en su jardín, a la que convocan a todos sus trabajadores domésticos. Yeon-kyo Park, la madre, reflexiona acerca de lo afortunados que son todos por la tormenta que pasó: ahora el sol baña su jardín y pueden celebrar una fiesta improvisada.

El privilegio de hacer planes


Tras la inundación de su casa, mientras los Kim pasan la noche en el gimnasio del colegio, Ki-woo le pregunta a su padre si tiene un plan para solucionar sus problemas. Éste le responde lo siguiente:

¿Sabes qué plan no falla nunca? No tener plan. Ningún plan. ¿Sabes por qué? Porque la vida no puede ser planificada. Mira a tu alrededor. ¿Tú crees que esta gente planificó dormir en el gimnasio contigo? Pero aquí estamos ahora, durmiendo juntos en el suelo. Así que no hay necesidad de un plan. No puedes equivocarte si no tienes planes.

Anticipar el futuro y diseñar un plan de acuerdo con éste es una de las condiciones fundamentales para la estabilidad. Eso no quiere decir que el plan se vaya a cumplir siempre, ni por completo. No se trata de que todo vaya a suceder según los planes que se nos ocurran. Pero, si somos afortunados, podemos prepararnos para afrontar un futuro más o menos oscuro, y para salir de las situaciones desagradables en las que nos encontremos. Insisto: imaginar el futuro y crear estrategias son características importantes de nuestra humanidad, y lo que nos hace considerarnos más o menos libres.

Ki-taek ha renunciado a ello. Sabe que hay contextos de los que ninguna planificación te salva, que hay situaciones de vulnerabilidad para las que cualquier futuro es una desgracia. La postura de Ki-taek no es la del nihilismo cool. Es la renuncia ante la miseria tras constatar que el así llamado ascenso social es imposible. Por eso el final es trágico: Ki-woo describe optimistamente “un plan” para rescatar a su padre del búnker donde ahora se esconde. Sabemos que éste es irrealizable.

3.

La traducción literal del título coreano de la película, Gisaengchung, es “Parásito”, en singular. Tal vez exagerando, me quedé con esta pregunta: ¿quién es el parásito de la historia? Si aceptamos la interrogante (a algunos les parecerá ridícula), la respuesta no es tan sencilla: escoger a un personaje implica excluir a los demás. Y son muchos los candidatos. La familia Kim parasita a la familia Park tras estafarlos. Pero la familia Park también parasita a la familia Kim, pues sin la explotación de sus trabajadores, sus privilegios no existirían. Geun-se parasita a Dong-ik Park, pero también podríamos pensar que parasita a su propia esposa, Moon-gwang; tal como el padre de los Kim parasita a la madre. Y así sucesivamente. Según el parásito que escojamos, la historia de la película se ordena de manera distinta.

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