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Racismo ilustrado: el caso Hume

Actualizado: 23 sept 2020

Es más que necesario poner en cuestión la convivencia entre el racismo y la Ilustración en algunas de las mentes más lúcidas de la historia.



La disputa tuvo a Edimburgo como epicentro, pero llegó con la misma virulencia a las ciudades fuera de Europa. De pronto, la mayor parte del público informado tenía una opinión acerca de David Hume (1711-1776) y el lugar que el filósofo emblema de la Ilustración escocesa merecía en la historia. El tema que ha estado en ebullición varios meses agita tanto las emociones de quienes ya parecen haber tomado partido de antemano que antes de describir los hechos debo comenzar este artículo con dos descargos.


En primer lugar, aclaro que no pretendo argumentar que el movimiento de la Ilustración sea inherentemente racista, menos aún que todo lo que se haya producido en su seno fortalezca los colonialismos o el esclavismo. Es verdad que las sospechas son muchas, así como los motivos para profundizar en ellas [1], pero una afirmación de ese tipo requeriría una investigación extensa y detallada, desde una mirada que no es la predominante en la historia “occidental” de las ideas. Por esta razón, tampoco partiré afirmando lo contrario.


Nada de lo que se diga aquí tiene el propósito de negar el rol de Hume en la historia de la filosofía, el desarrollo del empirismo secular y, consecuentemente, el de la ciencias naturales y sociales. Ese es mi segundo y último descargo. El aporte de David Hume a la teoría del conocimiento es remarcable. Gracias a él, se afilaron nuestras armas para liberarnos de prejuicios religiosos y se allanó el camino hacia la ciencia tal como la conocemos hoy. ¿Quién no se identifica con Kant cuando éste afirma que la agudeza de Hume lo sacudió del dogmatismo metafísico? Su relevancia es tanta que la historia del pensamiento no sólo se explica de otra manera sin él, sino que su ausencia deja un agujero en la narrativa que sólo podría remplazarse con magia y ficción.


Pero los defensores a ultranza de Hume, o no ven de la misma manera su valor intelectual, o no se dan cuenta de que le hacen un magro favor al defenderlo de las acusaciones de racismo, colonialismo y esclavismo. Tampoco parecen notar lo necesario que es poner en cuestión la convivencia entre el racismo y la Ilustración en algunas de las mentes más lúcidas de la historia del mundo.


Una cuestión de nombres

La anécdota es la siguiente. A raíz del incremento de conciencia sobre las violencias policiales racistas en el mundo (desde Berlín hasta Bogotá), la población cuestionó espontáneamente la presencia abrumadora de figuras racistas en estatuas y nombres de plazas y avenidas, principalmente. El argumento detrás es que la violencia racista de la actualidad no es una práctica aislada, sino que se inserta en una narrativa de la historia favorable hacia esta. En efecto, al indagar en los personajes detrás de los nombres de nuestras calles, parques y edificios públicos, notamos que existe cierta tolerancia hacia el pasado racista de estas figuras. En el Reino Unido, especialmente, al ser uno de los países con un pasado colonialista más notorio, las y los manifestantes exigen la confrontación de su pasado racista y el cuestionamiento de sus ídolos políticos. En corto, bajar el orgullo racista de sus pedestales.


Uno de los objetivos recientes de este cuestionamiento ha sido David Hume. Un día, la estatua del filósofo en Royal Mile (Edimburgo) amaneció con un cartel y una cita de su ensayo breve “Sobre los caracteres nacionales”:

Me inclino por sospechar que los negros son inferiores por naturaleza a los blancos.

La cita hizo temer que éste sea el nuevo objetivo de las y los manifestantes anti-racistas. Antes, sin embargo, llegó una petición de estudiantes de la Universidad de Edimburgo (UE).


Según señala la petición, el edificio más notorio de la UE se llamaba “Torre Hume” (Hume Tower). Quienes firman la petición señalan que con este gesto la UE manifestaba que, con el fin de exaltar la gloria de sus egresados, es capaz de pasar por agua el racismo de éstos. Sin embargo, continúa, no se debería permitir esto en una universidad que hoy se arrepiente de haber estado involucrada en las conocidas disciplinas racistas de la frenología y la eugenesia. La carta añade algunas acciones concretas adicionales para combatir el racismo en la UE y concluye claramente que no se está pidiendo borrar la contribución de Hume a la historia, sino dejar de promover políticamente a un hombre que abogó por el supremacismo blanco. El 13 de setiembre de 2020, la UE anunció que acogería la petición y que iniciaría una revisión de la manera en que conmemoran su propia historia para estar acorde a su diversidad actual.


Pero ¿cómo podemos hablar de racismo en Hume, si son conocidos sus ensayos contra los prejuicios, las supersticiones y los argumentos alejados de la corroboración empírica? Es más, ¿no se opuso acaso a la esclavitud doméstica y al despotismo?


Caracteres nacionales

La cita de “Sobre los caracteres nacionales” es de 1753, y fue añadida por el filósofo a su ensayo aparecido 5 años antes. Curiosamente, esta nota, que aparece en todas las ediciones posteriores incluía originalmente entre los seres humanos inferiores, además de a los negros, a “todas las otras especies de seres humanos (pues existen cuatro o cinco diferentes)”. En la edición de 1777, esta fue restringida para señalar solamente a los negros (cf. la razones en Garrett y Sebastiani, p. 19). Aunque la de 1777 es una edición póstuma, es la que generalmente se toma en cuenta al incluir las últimas correcciones del autor (Miller, 2011, p. 15).


El ensayo no es sencillo de interpretar. Hume parte por distinguir entre las causas morales (hoy diríamos “sociales”) y las causas físicas que originan las diferencias de carácter. A diferencia de los animales, Hume duda de que las últimas tengan alguna influencia en el carácter humano:

no pienso que los seres humanos deban nada de su condición natural o de su talento al aire, el alimento o el clima. (p. 199)

Al asegurar esto, Hume va contra la influyente opinión de Montesquieu, según la cual el clima era la causa de la diversidad humana; en lugar de éste, Hume opta por enfatizar las “circunstancias humanas” en las que surgen las diferencias (Garrett y Sebastiani, p. 8, 14). Esto parece indicarnos que Hume no se presta para un argumento sobre las diferencias de carácter basado en causas físicas, lo que excluiría el racismo biológico. Sin embargo, el argumento de Hume es más sutil, y la forma cómo se insertan sus prejuicios supremacistas es remarcable.


Para empezar, Hume considera legítimo hablar de caracteres “nacionales” (y no individuales) pues la agrupación de personas, sumada a la imitación a la que somos propensos los seres humanos, originaría la similitud de “vicios tanto como virtudes”. Sin embargo, esto está sujeto a los temperamentos que predominan al inicio, por arbitrariedad natural, en cada grupo. Así, la mezcla entre esa predominancia arbitraria, la influencia y la imitación dan pie a los caracteres nacionales, dejándose de lado todo argumento sobre causas físicas:

Si recorremos todo el globo, o revolvemos en los anales de la historia, descubriremos toda clase de señales de simpatía o contagio de modales, y ninguna influencia del aire o el clima. (p. 201)

De esto se sigue, pues, que el establecimiento de los gobiernos sea lo que “difunde” un carácter nacional. Así, este carácter iría de la mano con el dominio geográfico sobre el que un gobierno extiende su autoridad política.


A partir de este argumento, Hume utiliza una retahíla de prejuicios como demostración. Estos van desde la homogeneidad del carácter de los chinos hasta la deshonestidad de los judíos, pasando por la valentía de los antiguos romanos y la estupidez de los griegos contemporáneos al filósofo. ¿Qué más prueba de que la geografía no influye, ni siquiera, en la belleza de las lenguas, que el hecho de que el árabe sea “grosero y desagradable” mientras que el ruso “es suave y musical” a pesar de ser septentrional y no meridional?


Todos ellos constituyen casos de lo que hoy llamaríamos estereotipos. La tipificación de las naciones nos suena hoy tan burda, especialmente para alguien tan docto como Hume, pues incluye una alabanza de la singularidad del pueblo inglés y una justificación de la diversidad de los caracteres que en él conviven. Por supuesto, la homogeneidad de los chinos se opone, según Hume, a la diversidad del Reino Unido; y esta diferencia se explicaría por las mencionadas “causas morales”.


Con esto Hume prueba que no se trata de causas físicas (el aire o el clima, el calor o el frío), a pesar de que “sea razonable” pensar que los habitantes de los trópicos (el ejemplo es de Hume) son inferiores por esta razón. Hume encuentra una causa más a la medida: la indolencia y la miseria. No obstante, es allí donde añade, con cautela, la infame cita. Esta, completa según las adaptaciones de la última edición, afirma lo siguiente:

Me inclino por sospechar que los negros [negroes] son por naturaleza inferiores a los blancos. Apenas ha habido nunca una nación civilizada de ese color de piel, y ni siquiera un individuo eminente en la acción o en la especulación. No existen entre ellos fabricantes ingeniosos, y no cultivan las artes ni las ciencias. Por otra parte, los más rudos y bárbaros de los blancos, como los antiguos germanos o los tártaros actuales, tienen sin embargo algo eminente: su valentía, su forma de gobierno o algún otro particular. Una diferencia tan uniforme y constante no podría darse a la vez en tantos países y épocas si la naturaleza no hubiese establecido una diferencia original entre estirpes humanas. Por no mencionar nuestras colonias, hay esclavos negros dispersos por toda Europa, de los que ninguno ha mostrado jamás ningún signo de ingenio, mientras que, entre nosotros, gente baja, sin ninguna educación, llega a distinguirse en todas las profesiones. En Jamaica se habla de un negro que es un hombre de talento. Pero es probable que se le admire por logros menores, como a un loro que llega a pronunciar algunas palabras inteligibles. (p. 204).

El argumento de Hume implica que, al tratarse de características que persisten a través de las generaciones y al margen de la clase social, no se trata de circunstancias humanas (causas morales) sino de un aspecto físico permanente: la “raza”. Más aún, con la referencia a la dispersión de los esclavos negros por toda Europa, Hume estaría demostrando que tampoco se trata de la causa física común, el clima (Garrett y Sebastiani, p. 12).


Como señala Eric Schliesser, la teoría racial de Hume, incluso cuando es sometida a evaluación bajo sus propios criterios empíricos, es insostenible. En primer lugar, no se trata sólo de una generalización (que para Hume era permisible dentro de ciertos límites), sino que, en su argumento, todos los individuos negros son limitados cognitiva o intelectualmente. El filósofo incluso adapta la evidencia para sostener su prejuicio: como se ve en la cita, rechaza la posibilidad de que haya en Jamaica personas negras con educación europea, y no toma en cuenta al famoso (en su época) profesor afro-alemán (originario de Ghana) Antonius Guilelmus Amo Afer, médico y filósofo empirista que publicó su obra principal antes del nacimiento de Hume [2].


Este argumento es limitado, pues se propone desmentir a Hume usando sus propios criterios, como advierte Schliesser. La idea de que haya que probar con casos particulares la capacidad cognitiva de las personas negras es hoy, a todas luces, ridícula. Esto demuestra, sin embargo, que, cuando se trata de sus prejuicios más enquistados, Hume no sigue los estándares que él mismo había dispuesto. Schliesser añade que para Hume sólo los negros son naturalmente inferiores. Esto quiere decir que “blanco” no es equivalente a naturalmente superior, pues en el mismo grupo se encuentra el pueblo chino o los americanos nativos (cf. Garrett y Sebastiani, p. 12).


Al mismo tiempo, otros estereotipos rigen entre los grupos clasificados como “naturalmente superiores”, aunque ya no de origen racial, sino debido a las circunstancias sociales. Hume considera, por ejemplo, que los judíos son gente fraudulenta, al menos en lo que se trata al “promedio” (reconociendo, como la gente educada, que existen las excepciones individuales). En su texto, Hume acepta, paradójicamente, que el origen de esta idea es el prejuicio; sin embargo, sostiene que el prejuicio termina por convertir al estereotipo en realidad… con lo que Hume cae en el estereotipo que inicialmente pretendía criticar. Tal vez haya que recordar a Hume su propia advertencia:

De todas las ciencias no hay ninguna en la que las apariencias a primera vista sean más engañosas que en la ciencia política. (p. 357)

Ahora bien, Hume no sigue a Aristóteles en la idea de que la inferioridad natural justifique la esclavitud, pues el filósofo escocés era (al menos teóricamente) un crítico de la esclavitud. Sin embargo, sí cree que el modo de vida “civilizado” (bajo el gobierno de leyes) no es innato entre los pueblos naturalmente inferiores, lo que excusa, a la larga, el colonialismo.


Y puede pensarse que esto, finalmente, lo llevó a involucrarse en la trata de esclavos africanos.


Hume y la trata de esclavos

Uno de los argumentos que se esgrimen en defensa de Hume, consiste en señalar su oposición a la esclavitud doméstica. Por ejemplo, en el ensayo “De lo populoso de las naciones antiguas”, donde el análisis de la población brinda la oportunidad para comparar las instituciones modernas y clásicas, Hume afirma que la esclavitud es más cruel y opresiva que cualquier despotismo. Para Hume, la esclavitud denigra tanto al esclavo como al amo:

no puede atribuirse una razón más probable para los severos, yo diría bárbaros, modales de los tiempos antiguos, que esta práctica de la esclavitud doméstica, que convertía a cada hombre de rango en un pequeño tirano, y le educaba en medio de la adulación, la sumisión y la degradación de sus esclavos. (p. 345)

De su argumento centrado especialmente en la demografía, Hume concluye lo siguiente:

la esclavitud es desventajosa para la felicidad y para la populosidad de la especie humana, y (…) es mucho mejor sustituirla por la servidumbre asalariada. (p. 354)

Este argumento no es irrelevante, pues Hume veía a la esclavitud como la gran diferencia entre la edad antigua y la moderna, además de como la prueba de las ventajas de la última (Garrett y Sebastiani, p. 15). Sin embargo, para el historiador Felix Waldmann, es claro que Hume se benefició de la esclavitud y que su trabajo, en realidad, fortaleció esta institución. Según Waldmann, “Hume fue un racista convencido, directamente involucrado en el comercio de esclavos.”


Gracias a su investigación de las cartas de Hume, Waldmann demostró en su libro Further Letters of David Hume (2014), que el filósofo estuvo involucrado en el comercio de esclavos. En 1776, Hume convenció a su protector, Lord Hertford, de comprar una plantación de esclavos en Granada, intervino como mediador en la compra ante el gobernador francés de Martinica, (Marqués de Ennery) e invirtió en el proyecto 400 libras.


Para Waldmann, este descubrimiento epistolar (por el momento sólo conocido por el mundo reducido de los académicos especialistas en Hume) debería forzarnos a reevaluar nuestra apreciación de Hume. Al menos, deberíamos estudiar críticamente cómo algunos de los peores prejuicios que justificaron el supremacismo blanco, el colonialismo y, en último término, la esclavitud africana entre los siglos 17 y 19, se inmiscuyeron en el pensamiento de uno de los campeones de la Ilustración.


Sobre la "inocencia" de Hume

Un argumento frecuente, incluso entre profesores de filosofía, consiste en defender a Hume bajo el pretexto de que vivió y escribió en un contexto o época distintos, y que en su propio ambiente no habría tenido los medios para ir más allá del racismo y el colonialismo. Esto es claramente falso, como lo prueba la insistente refutación del músico, poeta y filósofo abolicionista James Beattie. Beattie basó su argumento en la falsedad empírica de los argumentos de Hume y acuso el peligro de que estos sean utilizados como justificaciones de la esclavitud [3]. Por otra parte, como señala el profesor Peter Harrison, el mito del “buen salvaje” prueba también que otra mirada sobre las poblaciones no-europeas era posible en la época. Hume tomó claramente partido y, como hemos visto, no basó esta decisión en la observación de los hechos.


Así, el argumento de que sería injusto juzgar a Hume bajo criterios que no sean los de su época y su contexto pierde de vista, justamente, el contexto. Como señala Waldmann, además de haber estado al tanto de las críticas contra la esclavitud, Hume no tenía por qué recurrir a ella:

En 1766, era suficientemente rico como para no participar de este esquema. Y era consciente de las denuncias de la esclavitud ampliamente difundidas por sus contemporáneos, incluyendo aquellas de los libros de sus amigos y colegas de correspondencia.

Finalmente, es contradictorio que celebremos a algunos filósofos por su creatividad y pensamiento a contracorriente, pero los eximamos de responsabilidad justamente cuando se plegaron demasiado a los prejuicios y formas de su época. Más aún, cualquiera con la inteligencia de Hume y en su contexto reconocería la brutalidad de la esclavitud. Sin embargo, Hume se benefició de esta, y “Sobre los caracteres nacionales” queda hoy, en la práctica, como su justificación [4].


Lo intelectual y lo político

Los descubrimientos de Waldmann ponen en duda la entereza moral de Hume, pero el historiador no concluye que no haya que estudiar al filósofo escocés, ni que sea imposible admirar el resto de su filosofía. Lo que está en cuestión, más bien, es el uso de la figura de Hume para fines distintos a los de la lectura de su obra, es decir, a su utilización política a través de esculturas o en la denominación del edificio más importante de la Universidad de Edimburgo. Las preguntas que surgen al momento del uso político de una personalidad histórica no son solamente las del valor profesional de dicha figura, o su servicio limitado en su ciudad o país. Una decisión política sobre nuestras identidades debe implicar también una reflexión moral y circunstancial, desde la situación contemporánea. El caso de Hume nos demanda claramente ese discernimiento.


Las estatuas y los personajes históricos que políticamente decidimos celebrar no dicen tanto acerca de quiénes fuimos, como acerca de quiénes queremos ser. Nombrar “Cristóbal Colón” a una plaza no es lo mismo que identificar el rol que el explorador italiano tuvo en la configuración del mundo (para lo que están las investigaciones académicas, las enciclopedias y las escuelas). Es una valoración del pasado y la aspiración a un futuro, desde un presente donde las prácticas colonialistas todavía llevan a algunos a inflar el pecho. Por eso es importante cuestionar y debatir aquellos símbolos. Por eso, nos puede doler tan hondo a tantxs el cuestionamiento de nuestros ídolos.


Dicho todo esto, llama la atención la postura que asumen los defensores del uso político de la figura de David Hume. ¿Acaso creen aquellos que el centro de su legado teórico no está a salvo si sus compromisos económicos y sus prejuicios sociológicos son traídos a la luz? De ser el caso, son sus defensores ciegos quienes, paradójicamente, creen menos en el valor de su obra.


Este artículo no es el lugar para elaborar un juicio completo al respecto. La sospecha de que el racismo invade la totalidad del pensamiento de Hume (una sospecha semejante a la que filósofos han intentado responder –a mi parecer, infructuosamente– con respecto a Heidegger y el nazismo) es harina de otro costal. Pero no es una sospecha infundada, y se trata de una hipótesis que necesita ser explorada (v. Eze 2001). Como acusan, con diferentes acentos, los críticos de la modernidad desde hace décadas, en la Ilustración hay venas subterráneas que han nutrido el racismo y el colonialismo entre los siglos 18 y 20. Tal como se afirma desde que se abrió el debate sobre el racismo de aquella nota de Hume en “Sobre los caracteres nacionales” (Popkin, R. citado por Garrett y Sebastiani), en el corazón mismo del universalismo ilustrado podría yacer alojado el núcleo del racismo occidental.


Notas

[3] Sobre Beattie: https://iep.utm.edu/beattiej/#H3. Más sobre las figuras abolicionistas contemporáneas a Hume: https://exhibitions.abdn.ac.uk/university-collections/exhibits/show/a-north-east-story/abolishing-the-slave-trade. Garett y Sebastiani (p. 18) incluyen, entre otros, al filósofo Thomas Reid.

[4] Sobre el uso del argumento de Hume como justificación por sus contemporáneos, v. el caso de Edward Long, citado por Garrett y Sebastiani, p. 18.


Bibliografía

Eze, E., Achieving our Humanity, Nueva York y Londres, Routledge, 2001

Garrett, A.; Sebastiani, S. “David Hume on Race”, en: Zack, N. (ed.), The Oxford Handbook of Philosophy of Race. (manuscrito disponible en: https://www.academia.edu/16594890/David_Hume_on_Race)

Harrison, P. "Enlightened Racism?", en: ABC Religion and Ethics (https://www.abc.net.au/religion/peter-harrison-enlightened-racism/12341988)

Hume, D., “De los caracteres nacionales”, en: Ensayos morales, políticos y literarios (C.M. Ramírez, trad.), Madrid, Trotta, 2011, pp. 196-211.

------, “De lo populoso de las naciones antiguas”, en: Ensayos morales, políticos y literarios (C.M. Ramírez, trad.), Madrid, Trotta, 2011, pp. 340-404.

Miller, F., “Nota del editor”, en: Hume, D., Ensayos morales, políticos y literarios (C.M. Ramírez, trad.), Madrid, Trotta, 2011, pp. 15-22.

Schliesser, E. "On David Hume, Stereotype threat and Anti-Semitism (and also his racism)", en Digressions&Impressions (https://digressionsnimpressions.typepad.com/digressionsimpressions/2016/07/on-david-hume-and-anti-semitism.html)

Waldmann, F., "David Hume was a brilliant philosopher but also a racist involved in slavery", en: The Scotsman (https://www.scotsman.com/news/opinion/columnists/david-hume-was-brilliant-philosopher-also-racist-involved-slavery-dr-felix-waldmann-2915908)


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