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Del sonido a la música: anotaciones para una filosofía de la música

Algunas preguntas de la filosofía de la música por la filósofa y compositora argentina Celeste Vecino (1)

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Una de las preguntas que comúnmente se plantean en la filosofía del sonido es la pregunta por la ontología del sonido: ¿Qué es el sonido? ¿Es un objeto o un evento? Y ¿De qué tipo?


La respuesta no es evidente porque la peculiaridad del sonido es que parece carecer de materialidad. Como pasa con un arcoíris, por ejemplo, un sonido es pura apariencia. Es algo que percibimos, y lo percibimos de manera objetiva, es decir que, así como dos personas pueden ver el mismo arcoíris, dos personas también pueden escuchar el mismo sonido, y eso nos indica que es algo que está realmente en el mundo, que no es una invención de nuestra mente. Sin embargo, a diferencia de los objetos físicos que son espacio-temporales, el sonido parece ser solamente o principalmente un objeto temporal. Un sonido es identificable a partir de su patrón de cambio en el tiempo, y no tanto por su localización espacial.


Sin embargo, no es cierto que el sonido no tenga ningún tipo de espacialidad. Esta es otra de las preguntas que se hacen les filósofes del sonido: ¿dónde está el sonido? Cuando escuchamos el canto de un pájaro podemos levantar la vista y orientarla hacia el árbol donde está posado, y esto indica que hay una relación entre el sonido y su fuente u origen, que tiene una localización espacial. Pero, ¿significa esto que lo que escuchamos no es nada más que esa fuente? En lenguaje ordinario, decimos tanto que escuchamos el canto del pájaro como que escuchamos a un pájaro cantando. En casos simples como éste, la distinción entre sonido y emisor o fuente puede no parecer tan importante, pero ¿qué pasa en los casos más complejos?


Uno de ellos es el del lenguaje, en que más que percibir sonidos, podríamos decir que percibimos significados a través de un medio auditivo (siempre y cuando sea un lenguaje que conocemos). Pareciera que en este caso sólo prestamos atención a los sonidos cuando nos percatamos de una ambigüedad, cuando notamos un acento extraño o cuando queremos hacer poesía. Aunque el sonido nos dé pautas comunicativas (nos indica interrogaciones u órdenes, por ejemplo), es claro que cambiar nuestra atención de los significados hacia los sonidos nos pone en riesgo de perder por completo el mensaje.


Otro caso complejo es el de la música, en el que la posibilidad de percibir el sonido de manera independiente de su fuente parece ser importante para el disfrute estético: ya sea porque apreciar una composición implica poder dirigir la atención a las imágenes o sensaciones que evoca en nosotres y no necesariamente a los pormenores de su ejecución (incluso puede argumentarse que en algunos casos el conocimiento puede actuar en detrimento del placer); o porque esa relación entre el sonido y la fuente es otro elemento puesto en juego en la composición. Es el caso, por ejemplo, del disco “Medúlla” realizado por Björk enteramente con voces que no sólo ejecutan la melodía principal sino también las armonías y bases rítmicas:



A esta altura tal vez sea claro por qué obviamos una definición científica del sonido: la experiencia del sonido es mucho más que la percepción de ondas de diferente frecuencia pasando por un medio elástico, y eso es lo que lo convierte en un objeto, o un evento, tan interesante.


(1) Además de candidata a doctora en filosofía por la Universidad de Leiden (Países Bajos) y la Universidad Diego Portales (Chile), Celeste es compositora e intérprete en Sello Castor, con quienes ha producido Rugir, su último EP.


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